Una sociedad enferma
Un autor, cuyo nombre revelaré más adelante, ha dicho que la sociedad tiene una enfermedad que se agrava cada día y la está “royendo hasta los huesos”. Esta enfermedad es “el desertar y apostatar de Dios”. Por tanto, este diagnóstico corresponde principalmente a la sociedad cristiana, que ya ha conocido al Dios vivo y verdadero, más específicamente, a las sociedades católicas, que tienen en la Iglesia el acceso a la plenitud de la Revelación y todos los medios de salvación. La apostasía es el pecado de los que ya han conocido a Cristo y creído en Él, pero luego pierden la fe. Nuestro autor asegura que en esta sociedad casi se ha extinguido “el respeto al eterno Dios, sin tener para nada en cuenta su voluntad suprema en las manifestaciones de su vida pública y privada”. Es decir, Dios no les importa ni a los individuos, ni a la sociedad en general.

Continuando con su diagnóstico, este “analista” social afirma que el hombre de hoy parece estar marcado por la nota característica del Anticristo: usurpar el lugar de Dios elevándose a sí mismo sobre todo lo que lleva el nombre de Dios, haciendo de este mundo “como un templo dedicado a sí mismo para en él ser adorado por los demás”.
El remedio
Nuestro autor enumera las siguientes estrategias para remediar los males de la sociedad actual:
- El retorno a Dios por medio de Jesucristo. No se trata simplemente de volver a un Dios impersonal, sin nombre, sino de volver al “Dios vivo y verdadero, uno en su naturaleza y trino en las personas, creador del mundo, sapientísimo ordenador de todas las cosas, justísimo legislador que castiga a los malvados y tiene pronto el premio para la virtud”. Este retorno tampoco es algo meramente espiritual o sentimental, porque se trata de “hacer volver a los hombres a la obediencia a Dios”.
- La Iglesia Católica es el camino que nos conduce a Cristo. “Porque para esto la fundó Cristo, ganándola con el precio de su Sangre, y la hizo depositaria de su doctrina y de su ley, dándole al mismo tiempo una riqueza sobreabundante de gracia para la santificación y salud de los hombres”. Por eso la sociedad humana debe retornar a “la obediencia de la Iglesia”, la cual, “a su vez someterá a los hombres a la obediencia de Cristo y Cristo a Dios”. Esto implica arrancar de raíz la suplantación de Dios por el hombre, y luego “restablecer en su antiguo honor las leyes santísimas y los consejos del Evangelio; proclamar altamente las verdades enseñadas por la Iglesia acerca de la santidad del matrimonio, de la educación e instrucción de la niñez, de la posesión y uso de las riquezas, de los deberes de quienes administran la cosa pública; restablecer, en fin, el justo equilibrio entre las diversas clases sociales según las leyes y las instituciones cristianas”.
- Para que lo anterior se haga realidad, es necesario que los Obispos se empeñen en formar a Cristo en los sacerdotes. “Cualquier otro empeño se ha de subordinar a éste”. El principal trabajo de los Obispos deberá ser “organizar y gobernar con acierto los sagrados seminarios, de modo que florezca en ellos con igual pujanza la integridad de la doctrina y la santidad de las costumbres”. Los Obispos cuidarán de no imponer las manos a cualquiera, ni de guiarse en este asunto por intereses personales, sino por los intereses de Dios, no sea que “se hagan cómplices de los pecados ajenos”. Deberán poner atención al clero, especialmente a los sacerdotes jóvenes, para que “no sean engañados por las acechanzas de una cierta nueva y engañosa ciencia que no tiene el buen olor de Cristo, y que con falaces y capciosos argumentos procura introducir los errores del racionalismo”. Finalmente, han de velar los Obispos para que los sacerdotes dedicados a la cura de almas no dejen a los fieles hambrientos por “entregarse a un trabajo más vistoso que útil… El camino más seguro para restablecer el imperio de Dios en las almas es la enseñanza de la religión”, pero esta enseñanza debe hacerse siempre con paciencia y caridad.
- Los fieles católicos también deben trabajar por el interés de Dios y la salvación de las almas. Para ello se han de asociar con fines diversos, pero siempre para el bien de la religión. Las asociaciones católicas de fieles, llamados comúnmente grupos o movimientos, deben tener como “fin principalísimo hacer que los miembros que las constituyen perseveren en una vida enteramente cristiana… Los tiempos actuales exigen obras; pero obras que estén fundadas únicamente en observar con fidelidad y entereza las leyes divinas y los preceptos de la Iglesia, en la profesión franca y abierta de la religión, en el ejercicio de toda caridad sin una mira personal o terrena… No cabe duda de que si en todas las ciudades y en todas las aldeas se cumpliera fielmente con la ley del Señor, si se tuviera el respeto debido a las cosas sagradas, si se frecuentaran los sacramentos, si se observara todo lo demás que pide un vivir cristiano, no habría más que hacer”.
- Para que estas estrategias tengan fruto, es necesario orar a Dios con insistencia por los méritos de Jesucristo, acudiendo también a la intercesión de la Madre de Dios con el rezo del Santo Rosario, y a la intercesión de San José y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
- Todo lo anterior tiene el objetivo de restablecer todas las cosas en Cristo, a fin de que Cristo sea todo en todos.
Lo compartido aquí sobre el diagnóstico de la sociedad cristiana y los remedios para curar su enfermedad es del Papa San Pío X. Estas ideas las expresó en su primer encíclica llamada E Supremi Apostolatus, de 1903. Más de cien años después, no me parece que el diagnóstico y los remedios propuestos hayan perdido actualidad. A veces nos complicamos tanto la vida envolviéndonos en discusiones sin fin para entender el problema fundamental de nuestros días y para discernir lo que debemos hacer. Conviene de vez en cuando voltear a ver la sabiduría y sencillez de los santos. Nos ahorraría mucho tiempo, dinero y reuniones inútiles en las que se pierde de vista lo más importante.
El problema fundamental del hombre es su pecado que lo vuelve contra Dios. El único que quita los pecados del mundo es Cristo, por eso a los cristianos nos toca restaurar todas las cosas en Él, comenzando con nuestra propia vida. Quizá la gran diferencia entre los tiempos de San Pío X y los nuestros sea que entonces la urgencia estaba en poner a Cristo en el centro de la vida social, y ahora está en ponerlo primero en el centro de la vida de la Iglesia.
Autor: Padre Juan Razo García
Efectivamente Dios debe ser el centro de nuestra vida, ya que nuestro Señor Jesucristo se hizo Hombre y habito entre nosotros para todo aquel que crea en el tendrá la vida eterna , nuestro Señor Jesucristo nos enseñó que debemos amar a un solo Dios fuera de eso ya no hay nada, que nos uniría a su cuerpo por una sola iglesia, que se quedaría con nosotros hasta el fin de los confines y que nos daría a su madre para cuidarnos y pedir por nosotros , el remedio está en el amor que vence todo , nos lo mostró él mismo en una cruz, el dar a su amado hijo por todos los pecadores aún sabiendo que no todos valoraría ese gran sacrificio. Que papá Dios nos llene de su gracia que tanto la necesitamos